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domingo, 9 de noviembre de 2014

La gran cagada.

 
¡Bienvenidos al bonito mundo de la farsa!

Hace una semana, un amigo de Facebook me dijo: "escribes bien y analizas con gracia y elegancia realidades obvias (que creo que casi todo el mundo comparte) para llegar luego a conclusiones terribles". Vaya por delante que, con lo que escribo en este blog, nunca intento llegar a conclusión alguna ni analizar nada. No soy político, ni periodista ni politólogo o analista político. Es a ellos a quien les corresponde analizar y llegar a conclusiones. Solo soy un ciudadano más que da su punto de vista particular: mi opinión, que por supuesto puede ser errónea, como la de todos, pero es la mía. Ocurre que me dedico a escribir ficción (y de vez en cuando a dirigir cine). Y, en este oficio, es condición sine qua non contar las historias desde tu propio punto de vista, tu mirada personal. O, como dijo Clint Eastwood en "El principiante" (1990), "las opiniones son como los culos, todo el mundo tiene uno". Yo también.

Menos mal que tú siempre me alegras el día, Harry.

El domingo pasado hablé del mundo del circo (político). Hoy voy a hablar de la farsa. La farsa es un subgénero de la comedia en la que "los personajes se desenvuelven de manera caricaturesca o en situaciones no realistas", según definición de Wikypedia. La Real Academia es más aguda: "Pieza cómica, breve por lo común, y sin más objeto que hacer reír".

Me fascina Cataluña, tengo grandes amigos y amigas catalanes. He vivido y trabajado allí regularmente sin ningún problema. Me han tratado siempre, personal y profesionalmente, incluso mejor que en Galicia, mal que me pese. Tanto es así que, a día de hoy, tengo un socio catalán con el que estoy intentando sacar adelante una producción que, si todo va bien, se realizará en su mayor parte en Barcelona.

Pero, dicho esto, y sin que se menoscabe ni un ápice mi admiración por Cataluña, considero que el 9-N es la consumación de un esperpento al que nunca se debió llegar. En estos momentos se está viviendo allí una auténtica farsa, un vodevil, un sainete, un burlesque, una extravaganza. Y ello es así, porque, vista la imposibilidad legal de convocar un referéndum -porque nunca hubo voluntad por parte del presidente Rajoy, rey de los parcos donde los haya- de sentarse a dialogar, el president Mas -príncipe de los subterfugios y de los eufemismos- ha no-convocado un no-referéndum para celebrar una consulta que en realidad no lo es porque no tiene efecto jurídico alguno. ¿Cabe una situación menos realista y más falsaria? Hay cinco millones y pico de ciudadanos con derecho a voto en Cataluña. Hoy se espera que vayan a no-votar a las no-urnas aproximadamente la mitad de los no-electores. La otra mitad se quedarán en su casa. Y a unos y a otros les están tomando el pelo porque los políticos partidarios de la secesión se reirán de los detractores de la misma cuando en el no-recuento hayan no-ganado con el 99 % de sus no-votos. Y los segundos se cachondearán de la ilusión de los primeros cuando todo ello no valga para nada y el lunes 10-N todo siga igual. Sí, pieza breve y de risa. ¡Farsa! Pero siempre es mejor reír que llorar, eso sí. Y, mientras ellos se ríen, el país dividido por la incapacidad de diálogo de unos y otros. Al final todos pierden: los que muy loablemente desean la independencia porque, después del simulacro de votación, mañana no la tendrán, y los que, también en su derecho, no la desean, porque cada vez están más solos.

La no-urna de pega y la no-papeleta con preguntas también de pega.

¿Libertad de expresión? Por supuesto, para todo el mundo. Yo estoy ejerciendo ahora mismo la mía. ¿Derecho a decidir? Claro, yo -mientras no se demuestre lo contrario- también tengo derecho a decidir, como todos los ciudadanos de este país, tal y como afirma en su Artículo Primero la Constitución de 1978 -aprobada por mayoría absoluta también en Cataluña, por cierto-: "La soberanía nacional reside en el pueblo español". Y mientras ello sea así, ninguna comunidad, nacionalidad, región o colectivo puede arrogarse unilateralmente la facultad de excluir del derecho a decidir a los demás miembros soberanos del Estado. Los derechos, como las libertades, terminan donde empiezan los derechos y libertades de los demás.

Si pudiera hacerse eso, pasado mañana el colectivo de autónomos podríamos convocar un referéndum para decidir unilateralmente dejar de pagar la cuota mensual a la Seguridad Social. Pero la Ley nos lo impide y no tenemos más remedio que seguir pagando religiosamente todos los meses bajo amenaza de sanción. 

Otra cosa sería -y aquí es donde nuestros mandatarios han perdido la oportunidad de escribir no una farsa, sino una epopeya- que, quien está a favor de la independencia (que está en su derecho y merece todo el respeto del mundo, como quien no lo está), luche por cambiar las leyes, por modificar la Constitución -recuerdo cómo para lo que les interesó se pusieron de acuerdo hasta Zapatero y Rajoy para corregirla en un pispás y sin referéndum-, y trabaje por convencernos a todos que la secesión es la mejor solución para la conveniencia. Para, a continuación, lograr llegar a un consenso y convocar un referéndum de verdad en el que todos podamos ejercer libremente, y con garantías legales, nuestro derecho soberano a decidir. Pero no hay voluntad.

Mariano, Artur y Oriol. ¡Qué monos!

La primera condición para ser independiente no es querer serlo, ni mucho menos. La primera condición es que los otros consideren que lo eres. La independencia se gana fuera de casa, convenciendo a los demás, no dentro montando una farsa onanista.

¿Cómo se ha llegado a esta situación? Pues muy fácil, porque en el vocabulario de nuestros políticos hace mucho tiempo que han desaparecido verbos como dialogar, convencer, consensuar, convivir. Es decir, llegar a acuerdos.

Porque llegar a acuerdos significaría tener que renunciar todos a parte de sus reivindicaciones para alcanzar puntos comunes de encuentro, como en los diagramas de Venn de la teoría de los conjuntos. Por muy distintos que sean los conjuntos A y B, siempre puede existir una intersección donde algún elemento sea a la vez de A y B.

Diagramas de Venn

Por ejemplo, el conjunto A es el de los políticos que no quieren la independencia. El conjunto B, el de los que sí la quieren. Pero hay una intersección de ambos que es la de políticos incapaces y farsantes, estén a favor o no de la secesión. A ese subconjunto, mal que les pese, pertenecen de pleno derecho a la vez Rajoy y Mas. Ni Rajoy -que es sordo, mudo y ciego-, ni Mas -que es ya una caricatura de sí mismo-, han demostrado tener capacidad alguna para llegar a acuerdos. Ojalá exista -soy de los que piensan que así es- otro subconjunto donde podamos entendernos todos, aunque sea con acuerdos de mínimos.

Pero, en fin, también los políticos tienen un culo, como los ciudadanos tenemos opiniones. Y habitualmente la cagan. Y hoy, a mi juicio, estamos asistiendo a una gran cagada, la no-convocatoria de este no-referéndum, cuyos únicos culpables son Mas y Rajoy. En el Belén de las próximas navidades no hay ni pastorcillos, ni reyes magos, ni angelitos. Solo caganers.

Hay una segunda lectura: que a ambos les interese no llegar a acuerdos para estirar esta situación y, mientras los borregos que conformamos la opinión pública balamos a diestra y siniestra, ellos alimenten el fuego para aprovechar esta cortina de humo y tapar las miserias de las ovejas negras que se descarrían en sus respectivos rebaños. Pero no, no creo que sean tan listos.

Rajoy y Mas, merecidos caganers para estas navidades.

Paradójicamente, hoy hace 25 años que caía el muro de Berlín. Esa efeméride sí es real y es la que merece la pena celebrar: la unión de los pueblos, la reunificación de las gentes, la conveniencia pacífica de realidades distintas, el diálogo, la posibilidad de vivir juntos, sea cual sea el tipo de relación (casados, solteros o arrimados), por muy distintos que seamos o por muy diferente que pensemos. Sed felices.

La caída del muro de Berín, un acontecimiento que merece la pena celebrar.

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